Los días posteriores al descubrimiento del libro, Mortimer Wright comenzó a notar extraños sucesos a su alrededor. La luz de las lámparas parpadeaba sin razón aparente, y en ocasiones, sombras parecían moverse en los rincones de la botica. El ambiente, antes acogedor, ahora estaba impregnado de una sensación de inquietud y peligro.
Una noche, mientras Mortimer revisaba el libro en su pequeño despacho, el aire se volvió más denso y frío. A pesar de las lámparas de aceite encendidas, la oscuridad parecía devorar la luz. Al abrir el libro, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las páginas estaban llenas de símbolos y escrituras en latín, griego antiguo y un idioma que no entendía, pero algo en aquellos garabatos parecía susurrar a su mente, atrayéndolo más y más hacia el abismo de su contenido.
El "Arcanum Obscuritatis" estaba forrado en un cuero oscuro y áspero que parecía humano. La cubierta era dura y mostraba signos de quemaduras, como si hubiera pasado por un fuego infernal. Mortimer, fascinado y horrorizado, no pudo resistir la tentación de tocarlo, leerlo... Sentía que el libro lo llamaba, como si tuviera vida propia. Su latín estaba un poco olvidado, ya que solo lo había aprendido en sus clases y no lo había practicado. En cuanto a los otros idiomas, no tenía el más mínimo indicio de como leerlo.
Con cada página que pasaba, sin embargo, las palabras parecían cobrar vida, retorciéndose en formas grotescas antes de asentarse en su forma escrita. Las ilustraciones mostraban rituales antiguos y criaturas de pesadilla, seres que no pertenecían a este mundo. Cada imagen y descripción eran más perturbadoras que la anterior, llenando a Mortimer de un terror que nunca había conocido.
A medida que avanzaba en la lectura, Mortimer comenzó a experimentar cambios. Sus sueños se volvieron pesadillas constantes, llenos de figuras demoniacas y paisajes de desolación. Cada mañana se despertaba más agotado y débil. Sus pensamientos, antes claros y organizados, se volvían caóticos, y comenzó a olvidar cosas simples, como el nombre de sus clientes habituales o dónde había dejado los frascos de medicinas.
El cambio no pasó desapercibido para los habitantes de Willowbrook. Los clientes empezaron a notar el deterioro en su aspecto; sus ojos, antes brillantes y llenos de vida, estaban ahora hundidos y rodeados de ojeras. La gente murmuraba sobre su comportamiento errático y sus constantes murmullos en un idioma desconocido, similar a lo que había observado su padre en el viejo Sr. Brown.
Una noche, cuando la luna llena iluminaba tenuemente el pueblo, Mortimer sintió una presencia en la botica. Una fuerza maligna que no había sentido antes. Bajó al sótano, libro en mano, muy nervioso y temeroso, pero decidido a desentrañar el misterio y liberar el mal que se había apoderado de él.
Encendió todas las lámparas de aceite y colocó el libro en una mesa. El aire se volvió helado y las sombras se agitaron. Sorprendentemente, aquellas palabras en lenguajes desconocidos comenzaron a tener sentido y pudo leerlas. Con cada palabra antigua que pronunciaba, las paredes parecían cerrarse más sobre él. Las sombras se arremolinaban a su alrededor, tomando formas grotescas y amorfas. cuanto más concentrado estaba leyendo, más subía su voz, como llamando a alguien... o algo.
De repente, una figura comenzó a materializarse en la penumbra, emergiendo lentamente de las sombras como si hubiera estado aguardando pacientemente su liberación. Era un ser alto y delgado, su silueta apenas perceptible en el tenue resplandor de las lámparas de aceite. Sus extremidades eran largas y angulosas, desproporcionadas en relación con su cuerpo, dándole una apariencia casi arácnida. Su piel, de un color gris ceniza, parecía estirada sobre sus huesos, como si el ser hubiese sido despojado de toda carne y vida.
Los ojos de la criatura eran lo más perturbador: dos orbes brillantes y vacíos que reflejaban una luz antinatural, como si dentro de ellos ardiera un fuego maligno. No parpadeaban, solo se fijaban intensamente en Mortimer, penetrando hasta lo más profundo de su alma. Esos ojos desprovistos de pupilas no mostraban ni rastro de humanidad, solo una abrumadora malevolencia y un hambre insaciable de sufrimiento.
La sonrisa que se dibujaba en su rostro era una mueca de pura maldad. Los labios finos y descoloridos se curvaban hacia arriba, exponiendo una fila de dientes afilados y desiguales que parecían capaces de desgarrar carne con facilidad. No había rastro de alegría o calidez en esa expresión, solo una satisfacción sádica al ver el terror que infundía.
El aire alrededor de la figura parecía vibrar con una energía oscura y opresiva, y la temperatura en el sótano descendió bruscamente, llenando el ambiente con un frío glacial. Mortimer sintió como si una mano invisible y helada le apretara el corazón, dificultándole la respiración. Era una manifestación del mal contenido en el libro, una entidad antigua y maligna que había sido liberada por las imprudentes lecturas de Mortimer.
Este ser, que ahora llenaba el sótano con su presencia nefasta, era la encarnación de todas las pesadillas y horrores descritos en las páginas del "Arcanum Obscuritatis". Su existencia misma era una burla a la vida y a la luz, un recordatorio tangible de que algunos conocimientos son demasiado peligrosos para ser desenterrados. Mortimer, enfrentándose a esta abominación, comprendió con una claridad aterradora que había desatado algo mucho más allá de su comprensión y control.
El ser se abalanzó sobre él, sus garras rasgando el aire con un silbido mortal. Mortimer, con una determinación feroz y una desesperación palpable, continuó recitando las palabras del antiguo tomo, su voz firme a pesar del temblor en sus manos y el sudor frío que le perlaba la frente. Cada sílaba parecía cargar el ambiente con una energía oscura y pesada, que chocaba contra la voluntad de la entidad demoníaca.
Las garras del ser rozaron su hombro, arrancándole un grito de dolor y un desgarrón en la tela de su camisa. Mortimer sintió un ardor abrasador, como si el mismo fuego del infierno lo hubiese tocado. Aun así, se mantuvo firme, su voz elevándose en un cántico desesperado y poderoso, cada palabra un clavo en el ataúd de la criatura.
La botica se sacudía como si estuviera poseída por un terremoto infernal. Los frascos y botellas que llenaban los estantes caían al suelo en cascadas de vidrio, estallando en miles de fragmentos y liberando olores acres y medicinales que se mezclaban en un cóctel nauseabundo. Polvos y líquidos se esparcían por todas partes, creando charcos iridiscentes y nubes de partículas que parecían flotar en el aire denso.
El ser emitió un rugido gutural, su voz un eco de agonía y furia que reverberó en las paredes de la botica. Sus ojos, dos pozos de oscuridad vacía, brillaban con una malevolencia creciente. Mortimer sintió el frío de la muerte rozándole la piel, pero no permitió que el miedo lo detuviera. Con un último esfuerzo, recitó las palabras finales del conjuro, su voz resonando con una mezcla de esperanza y desesperación.
La entidad se retorció violentamente, sus movimientos espasmódicos sacudiendo la estancia. Un viento sobrenatural barrió la habitación, apagando las pocas lámparas de aceite que aún parpadeaban. En un instante, el ser se desvaneció en una nube de sombra negra y blasfema, disipándose como humo en el aire enrarecido de la botica. La habitación quedó en silencio, rota solo por el sonido de la respiración entrecortada de Mortimer y el tintineo de los últimos fragmentos de vidrio cayendo al suelo. solo el viento seguía moviéndose en remolinos en medio del sótano.
De ese remolino que se estaba apagando, la criatura sacó una mano, delgada y espectral, con garras largas y afiladas. Mortimer, incapaz de moverse, observó con horror mientras la mano se acercaba lentamente a él. Con un gesto final de malevolencia, las garras tocaron su pecho, justo sobre su corazón. Sintió una descarga, una especie de electricidad oscura que le recorrió el cuerpo, dejándolo paralizado y sin aliento. Era como si la esencia misma de la criatura se aferrara a su alma, drenando la poca energía que le quedaba.
El contacto fue breve pero devastador. La criatura se desvaneció por completo, dejando atrás solo un eco de maldad en el aire. Mortimer cayó al suelo, inconsciente, su cuerpo exhausto y su mente al borde de la oscuridad total.
Horas después, un Mortimer cansado, agotado y abatido, se despertaba en medio del oscuro sótano. El aire estaba cargado con el olor a productos químicos derramados y el polvo de los frascos rotos. Se sentó con dificultad, sintiendo cada músculo adolorido y cada herida punzante. Su mente estaba nublada, como si aún estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.
Se levantó lentamente, sus movimientos torpes y pesados. Cada paso era un esfuerzo monumental, pero sabía que debía salir de ese sótano, de ese lugar maldito que había sido testigo de horrores inimaginables. Con una última mirada al libro que aún yacía sobre la mesa, cerró los ojos y tomó una decisión.
Tomó el libro, ahora inerte y sin la oscura presencia que antes lo habitaba, y lo guardó en un baúl reforzado. Subió las escaleras con esfuerzo, sintiendo como si cada peldaño fuera un desafío insuperable. Al llegar a la botica, la luz del amanecer comenzaba a filtrarse por las ventanas, bañando la estancia en una luz suave y renovadora.
Mortimer sabía que, aunque la entidad había sido derrotada, su vida nunca sería la misma. Las cicatrices físicas y emocionales permanecerían con él, recordándole siempre el precio de enfrentarse a las sombras. Se prometió que nunca permitiría que aquel libro maldito cayera en manos equivocadas nuevamente. Con una determinación renovada, se preparó para enfrentar un nuevo día, consciente de que el verdadero desafío apenas comenzaba.
Con el paso de los días, meses y años, Mortimer comenzó a notar cambios alarmantes en su apariencia. Su rostro, antes robusto y lleno de vida, se demacraba más y más con cada amanecer. Sus ojos, una vez brillantes y llenos de esperanza, se hundían profundamente en sus cuencas, rodeados de ojeras oscuras y abultadas. Su piel, antes saludable, se volvía pálida y grisácea, adquiriendo un tono cadavérico que contrastaba con la vida que aún palpitaba en su interior.
Adelgazaba cada vez más, y sus manos, antaño firmes y seguras, se transformaban en extremidades huesudas y temblorosas, casi cadavéricas, que apenas podían sostener el peso de los frascos y utensilios de la botica. La fuerza que alguna vez tuvo se desvanecía rápidamente, dejándolo débil y fatigado con cada movimiento.
El cambio en Mortimer no pasó desapercibido en Willowbrook. Los vecinos, preocupados, lo encontraban deambulando por el pueblo a cualquier hora del día o de la noche. Hablaba solo, murmurando palabras incomprensibles, y lanzaba miradas furtivas y desconfiadas a quienes se cruzaban en su camino. Sus ojos, antes llenos de calidez, ahora reflejaban un abismo de angustia y temor, como si estuviera constantemente acechado por sombras invisibles.
La gente del pueblo, que alguna vez había recibido al joven boticario con alegría y esperanza, ahora lo observaba con creciente preocupación y tristeza. En cuestión de meses, Mortimer Wright se había convertido en una sombra del muchacho que había regresado a hacerse cargo de la botica. Su espíritu, quebrantado por el enfrentamiento con la entidad maligna, parecía desvanecerse día a día.
Mortimer, consciente de su deterioro, luchaba por mantener la cordura. A veces, recordaba con nostalgia los días de su juventud, cuando su futuro parecía tan prometedor. Pero esos recuerdos se desvanecían rápidamente, reemplazados por visiones oscuras y aterradoras. Sabía que la presencia del libro maldito, aunque contenida, seguía ejerciendo una influencia nefasta sobre él.
Desesperado, trató de buscar respuestas en los textos antiguos y en las recetas medicinales que alguna vez habían sido su pasión. Sin embargo, nada parecía aliviar su sufrimiento. Cada noche, los sueños horribles lo perseguían, privándolo del descanso y minando su ya frágil salud mental.
Los habitantes de Willowbrook, aunque consternados por la transformación de Mortimer, continuaron llevando sus problemas y dolencias a la botica, donde el joven, a pesar de todo, seguía prestando sus servicios con la misma dedicación. Sin embargo, la preocupación crecía, y muchos temían que la carga que Mortimer llevaba eventualmente lo consumiría por completo.
Así, mientras la botica seguía siendo un pilar esencial para la comunidad, Mortimer Wright se desvanecía lentamente, víctima de un mal que ningún remedio podía curar. La lucha contra la oscuridad había dejado una marca indeleble en su alma, una marca que lo transformaba en una sombra de sí mismo, caminando entre los vivos, pero arrastrando el peso de los condenados.
Un joven de 18 años, Martin Mariner, llegó a la botica a buscar las medicinas de su abuela, Harriet Olson Mariner. No era la primera vez que iba a la botica, pues desde niño había acompañado a su abuela en numerosas ocasiones, observando con fascinación tanto al Sr Brown cómo a Mortimer Wright, mientras preparaba los remedios y atendía a los pacientes. En aquella ocasión, sin embargo, Martin traía consigo algo más que una simple lista de medicinas.
Mientras esperaba a ser atendido, Martin no pudo evitar notar el deterioro evidente en Mortimer. El boticario, con su figura demacrada y sus ojos hundidos, parecía una sombra de lo que alguna vez fue. A pesar de su apariencia, Mortimer seguía trabajando con la misma dedicación, preparando cada receta con precisión meticulosa.
Cuando finalmente le tocó el turno, Martin se acercó al mostrador con una mezcla de respeto y determinación. Después de recibir las medicinas para su abuela, decidió hablar con Mortimer.
— Señor Wright, quería contarle algo importante —dijo Martin, con voz firme pero respetuosa.
Mortimer levantó la vista, sus ojos cansados enfocándose en el joven.
— ¿Qué es, Martin? —preguntó, intentando esbozar una sonrisa que apenas logró disimular su fatiga.
— He decidido estudiar para ser boticario —anunció Martin, sintiendo un destello de orgullo y nerviosismo. — Verlo trabajar siempre me ha inspirado, y después de hablarlo con mi abuela y mis padres, he decidido que es lo que quiero hacer.
Mortimer se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras del joven. Una mezcla de emociones lo invadió: orgullo, esperanza y una profunda melancolía. La noticia le recordó su propia juventud, ahora siendo un hombre de mediana edad, cuando la pasión por la botánica y la medicina lo había llevado a seguir el mismo camino.
— Martin, eso es... una gran noticia —respondió finalmente, con un tono de voz que reflejaba tanto admiración como tristeza. — Ser boticario es una carrera noble. Ayudarás a muchas personas.
Martin notó la tristeza en los ojos de Mortimer y se sintió impulsado a decir algo más.
— Señor Wright, sé que ha pasado por momentos difíciles, y lo admiro mucho por seguir adelante a pesar de todo. Quiero aprender de usted, no solo sobre la botica, sino sobre cómo enfrentar las dificultades.
Las palabras del joven conmovieron a Mortimer. Durante años, había soportado el peso de su maldición en soledad, sintiéndose cada vez más aislado del mundo. La idea de tener un aprendiz, alguien que pudiera continuar su legado y quizás liberarse del oscuro destino que le había tocado, le dio una chispa de esperanza.
— Estoy dispuesto a enseñarte, Martin —dijo finalmente, con una voz que parecía recuperar algo de su antigua fuerza. — Pero debes saber que esta profesión no es solo sobre preparar medicinas. Hay muchos desafíos y sacrificios.
Martin asintió con determinación.
— Estoy listo para aprender, señor Wright. Y estoy aquí para ayudar en lo que necesite.
A partir de ese día, Martin comenzó a pasar más tiempo en la botica, aprendiendo todo lo que podía de Mortimer. El joven mostraba un talento natural y una curiosidad insaciable, lo que le permitió aprender rápidamente. Mortimer, por su parte, encontraba consuelo y un propósito renovado en compartir sus conocimientos. Incluso, llevó a Mortimer un Pastel de cumpleaños. a pesar de su estado cansado, Mortimer cumplía ese día, 36 años. su apariencia decía mucho más. quien no lo conocía, podía pensar que era un hombre que rondaba los 60 años.
A pesar de su deterioro físico, Mortimer se sintió revitalizado por la presencia de Martin. Empezó a ver en el joven una esperanza para el futuro, alguien que podría continuar con su trabajo y, quizás, encontrar una manera de romper la maldición que lo había consumido. Mientras tanto, Martin absorbía todo el conocimiento que Mortimer podía ofrecerle, sin saber que también estaba heredando una lucha contra las sombras que acechaban en la botica.
Al año siguiente, cuando Mortimer cumplía 37 años, decidió que era el momento de darle un regalo especial a Martin. El joven aprendiz se había convertido en una presencia constante y valiosa en la botica, aprendiendo y ayudando con una dedicación que recordaba a Mortimer su propia juventud.
Aquella mañana, Martin llegó temprano, con un pastel de cumpleaños cuidadosamente preparado por su abuela. La pequeña botica se llenó con el aroma dulce del pastel y las risas que raramente se escuchaban en los últimos tiempos. Martin, con una sonrisa radiante, se acercó a Mortimer y le deseó un feliz cumpleaños.
— ¡Feliz cumpleaños, señor Wright! —dijo Martin, colocando el pastel sobre el mostrador. — Espero que le guste, lo hicimos con mucho cariño.
Mortimer sonrió, genuinamente conmovido por el gesto. Pero tenía algo más en mente, algo que había estado considerando durante mucho tiempo. Después de agradecer a Martin y compartir un par de risas, se dirigió a la parte trasera de la botica, donde guardaba un cajón bajo llave.
— Martin, ven aquí un momento —llamó Mortimer, con un tono serio pero amable. Martin se acercó, intrigado por el cambio en la voz de su mentor.
Mortimer sacó una llave del bolsillo y abrió el cajón, revelando una serie de papeles cuidadosamente ordenados. Con manos temblorosas por la emoción, tomó los documentos y los extendió sobre el mostrador frente a Martin.
— Esto es para ti —dijo Mortimer, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y esperanza. — Son las escrituras de la botica. He decidido que es hora de pasarte este lugar.
Martin quedó boquiabierto, incapaz de procesar lo que estaba sucediendo.
— Señor Wright, no sé qué decir... —balbuceó, sintiendo un torbellino de emociones dentro de él.
Mortimer levantó una mano, silenciando amablemente a Martin.
— Hay una condición, Martin —continuó, con firmeza pero con una sonrisa en el rostro. — Quiero seguir al frente de la botica hasta que termines tus estudios. Solo entonces, cuando te gradúes y seas oficialmente boticario, esta botica será completamente tuya.
Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Martin. No podía creer la magnitud del regalo que estaba recibiendo, ni el profundo acto de confianza que representaba.
— Señor Wright... Mortimer... No sé cómo agradecerle —dijo Martin, con la voz quebrada por la emoción. — Esto significa todo para mí.
Mortimer asintió, sintiendo una calidez en el corazón que no había experimentado en mucho tiempo.
— Solo sigue aprendiendo y trabaja duro. Sé qué harás un excelente trabajo aquí. Esta botica necesita a alguien como tú, alguien con pasión y dedicación.
Martin se inclinó y abrazó a Mortimer, un gesto que simbolizaba tanto gratitud como promesa. Luego, con una sonrisa amplia, compartió su propia noticia.
— Fui admitido en la universidad —dijo, con un brillo de orgullo en sus ojos. — En tres años, seré boticario.
Mortimer sintió una oleada de alivio y alegría. A pesar de todo el dolor y la oscuridad que había enfrentado, había encontrado en Martin una luz, una esperanza para el futuro de la botica y quizás, una oportunidad de redención para él mismo.
A partir de ese día, Martin y Mortimer trabajaron aún más estrechamente. Martin absorbía todo el conocimiento y las habilidades que Mortimer podía enseñarle, mientras se preparaba para sus estudios universitarios. Mortimer, por su parte, encontró en la enseñanza y la compañía de Martin un propósito renovado, una forma de enfrentar los días oscuros y mantener viva la botica hasta el día en que pudiera pasar completamente a manos de su joven y prometedor aprendiz.
Después de tres años de arduo estudio y dedicación, Martin finalmente regresó a Willowbrook con un título en la mano y el brillo del conocimiento en sus ojos. Cuando Mortimer cumplía 40 años, Martin se presentó en la botica con una sonrisa radiante y un par de credenciales que lo acreditaban como boticario. Apenas estaba por cumplir los 24 años, pero ya llevaba consigo el peso y la responsabilidad de su nueva profesión.
Mortimer recibió a Martin con una mezcla de orgullo y tristeza. Estaba orgulloso de ver cómo su joven aprendiz se había convertido en un profesional calificado, listo para llevar adelante la botica con habilidad y pasión. Pero también estaba triste al darse cuenta de que su tiempo al frente del negocio estaba llegando a su fin.
— ¡Martin, amigo mío! —exclamó Mortimer, saludando al joven con una sonrisa cálida. — No puedo creer lo rápido que han pasado estos tres años. Parece que fue ayer cuando te despedí para ir a la universidad.
Martin devolvió la sonrisa, sintiendo una mezcla de emoción y gratitud por todo lo que Mortimer había hecho por él.
— Ha sido un viaje increíble, señor Wright —dijo Martin, utilizando el título por pura formalidad, ya que ahora se consideraban más que simplemente mentor y aprendiz. — Y no podría haberlo hecho sin usted. Todo lo que he aprendido, todo lo que he logrado, se lo debo a usted.
Mortimer asintió, sintiéndose profundamente conmovido por las palabras de Martin.
— Y todo lo que has logrado, Martin, es completamente tuyo —dijo Mortimer, extendiendo una mano para sostener las credenciales de Martin. — Eres un boticario calificado ahora. Estoy seguro de que harás un excelente trabajo aquí.
Martin tomó las credenciales con reverencia, sintiendo el peso de la responsabilidad que ahora recaía sobre sus hombros.
— No sé cómo agradecerte, Mortimer —dijo Martin, con la voz ligeramente entrecortada por la emoción. — Has sido más que un mentor para mí. Has sido como un segundo padre.
Mortimer sonrió, sintiendo un nudo en la garganta. Había llegado el momento de pasar la antorcha, de dejar que Martin tomara las riendas de la botica y llevara adelante su legado.
— Eres bienvenido, Martin —respondió Mortimer, con sinceridad. — Ahora ve y haz que este lugar brille más que nunca. Estoy seguro de que harás un trabajo maravilloso.
Con un apretón de manos y un abrazo sincero, Mortimer y Martin sellaron su relación de mentor y aprendiz, de amigo y compañero. A partir de ese día, la botica de Willowbrook sería conocida por la destreza y el compromiso de Martin Mariner, el nuevo boticario, y por el legado de sabiduría y bondad dejado por Mortimer Wright, el hombre que había sido más que un mentor, había sido un amigo en tiempos oscuros y un guía en tiempos de cambio.
Martin observó con curiosidad y algo de preocupación mientras Mortimer preparaba su maleta y se despedía escuetamente. La atmósfera en la botica cambió súbitamente, como si una sombra hubiera caído sobre el lugar.
— ¿A la ciudad? ¿Por qué tan repentinamente? —preguntó Martin, tratando de ocultar su inquietud.
Mortimer le dirigió una mirada enigmática, con un destello de determinación en sus ojos cansados.
— Hay cosas que debo resolver, Martin —respondió Mortimer, su voz resonando con un tono de solemnidad. — Cosas que he dejado pendientes por demasiado tiempo.
Martin sintió un escalofrío recorriéndole la espalda al escuchar las palabras de Mortimer. ¿Qué asuntos oscuros podría estar enfrentando su mentor? Se preguntó, pero decidió no insistir. Confiaba en Mortimer y sabía que, si había algo importante que hacer, él lo resolvería.
— Entiendo —dijo Martin, tratando de ocultar su preocupación.- ¿Que le digo a los clientes?
Mortimer le ofreció una sonrisa tranquilizadora.
— No te preocupes, Martin. He dejado todo en orden. Además, estarás al mando ahora. Confío en ti para llevar adelante este lugar.
Martin asintió, sintiéndose honrado por la confianza que Mortimer depositaba en él.
— Lo haré lo mejor que pueda, Mortimer. Te deseo lo mejor en la ciudad.
Con un apretón de manos y una última mirada, Mortimer se despidió de Martin y salió de la botica, llevándose consigo la maleta que contenía sus secretos y sus penas.
Martin se quedó en la puerta, mirando como su mentor caminaba y desaparecía en las oscuras calles de Willowbrook. lo miró hasta que la anciana señora Harriet Wilson, que necesitaba sus medicinas...
Martin sintió, de repente, la necesidad de abrir aquel baúl. A sus 24 años, era dueño de una botica, se estaba convirtiendo en una eminencia
Mientras, Mortimer Wright, de 40 años, había subido al tren que se dirigía a la ciudad. Cansado, abatido y sin fuerzas. tal vez. sólo tal vez, encontraría algo de paz en la ciudad...
Fin.
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