Desde entonces, John se obsesionó por completo con el
Mothman. Pasaba horas investigando, recopilando informes y testimonios, y
estudiando la mitología que rodeaba a la criatura. Se sumergió en un mundo de
avistamientos y teorías conspirativas, descuidando sus relaciones personales y
su trabajo. Su esposa lo había abandonado hacía años, y sus amigos lo habían alejado
debido a su obsesión.
La gente del pueblo le llamaba "el loco del
Mothman". John no se inmutaba por los apodos ni por el desprecio que
recibía. Su única misión en la vida era atrapar al Mothman, descubrir su
verdadera naturaleza y exponerlo al mundo. Su mente se llenaba de teorías sobre
la criatura: ¿Era un ser interdimensional? ¿Un mensajero de la desgracia? ¿Un
protector de secretos oscuros?
En su viaje de investigación a través de los años, John descubrió
algo que era una constante. Desde 1966, donde lo vieron y luego un puente cayó,
muriendo 46 personas, y ocurrió algo parecido en 1978, la única vez que John lo
vio. Esa ocasión, cientos de personas vieron la negra y tenebrosa sombra, esos
ojos rojo brillante… John lo recordaba cada día. También recordaba el accidente
en la planta de tratamientos de residuos, a lo que algunos llamaban “sabotaje”,
donde veinte personas habían perdido la vida. Entre 1978 y el presente, había contabilizado
unos 15 avistamientos, pero no mucha gente lo había visto. De hecho, muchos de
estos, eran muy pocos los que lo habían visto. Cada vez, un accidente familiar había
ocurrido. Si bien no pasaba de una anécdota, una caída desde la escalera, una
parrilla con demasiado combustible explotando, etc., no había habido un
desastre como el puente o la planta.
A medida que pasaban los años, John se convirtió en una
figura solitaria y sombría. Su casa estaba repleta de recortes de periódicos,
fotografías y archivos relacionados con el Mothman. Sus paredes estaban
adornadas con mapas señalando avistamientos y patrones de vuelo de la criatura.
Dormía poco, su mente era atormentada por pesadillas en las que el Mothman lo perseguía
en la oscuridad.
Su búsqueda lo llevó a explorar los bosques cercanos al
lugar donde tuvo su encuentro inicial. Durante las noches, se aventuraba solo
en la espesura, llevando consigo una cámara y un grabador de audio en busca de
cualquier evidencia que confirmara la existencia del Mothman. A menudo, sus
expediciones eran en vano, pero él persistía.
En el vigésimo aniversario de su encuentro, John se embarcó
en su búsqueda más audaz hasta la fecha. Planeaba pasar una semana entera en
los bosques de Point Pleasant, vigilando el cielo y esperando el regreso del
Mothman. Llegó al lugar con provisiones suficientes y montó su campamento en la
cima de una colina desde donde tenía una vista clara del área donde había visto
por última vez a la criatura.
Los días pasaron lentamente, y las noches eran especialmente
inquietantes. John escuchaba los susurros del viento entre los árboles y miraba
al cielo estrellado, esperando ver una sombra alada. Su mente se volvía cada
vez más frágil, y la línea entre la realidad y la obsesión se volvía borrosa.
En la noche del séptimo día, finalmente, ocurrió algo. John
estaba observando el cielo cuando vio una figura oscura en la distancia. Sus
latidos se aceleraron mientras enfocaba su cámara y empezaba a grabar. La
criatura se acercaba lentamente, y sus alas batían de manera hipnótica,
moviendo el cuerpo de la criatura hacia arriba y hacia abajo. Los ojos rojos
brillaban en la penumbra.
John no sabía si estaba grabando un momento histórico o
enfrentando su propia locura. El único testigo sin sentimientos era la cámara. Ya
habría tiempo de ver lo que esta había registrado. La criatura se acercaba más
y más, y el zumbido en sus oídos se volvía ensordecedor. Entonces, en un
instante fugaz, el Mothman desapareció en la oscuridad. La grabación mostraba
solo un cielo estrellado.
Desesperado y casi al borde de la locura, John regresó a su
campamento y miró la grabación una y otra vez. Pero no había evidencia del
Mothman, solo el sonido del viento nocturno. La obsesión lo había llevado al
límite, y él sabía que no podía seguir así.
A la mañana siguiente, John empacó sus cosas, se sentía derrotado
y exhausto. Su mente estaba en un estado de caos absoluto, incapaz de
distinguir entre la realidad y la pesadilla. Sabía que había cruzado un umbral
oscuro y estaba decidido a dejar todo aquello atrás. Basta de búsquedas, basta
de torturarse a sí mismo, toda su vida había sido guiada por aquel ser y ya no
más. Entonces cargó sus cosas en el auto, listo para abandonar aquel lugar… y
la búsqueda que le había llevado toda su vida.
A sus treinta y pico, John no había hecho nada, más que
buscar. Había estudiado antropología, pero no como carrera sino a fin de
entender a aquella criatura. Había tenido alguna novia ocasional, pero su obsesión
alejaba a todas las personas que se acercaban. Eso debía cambiar. Llegaría a
casa, llamaría a sus padres y comenzaría de nuevo.
Mientras se movía en aquel camino montañoso y serpenteante, pensaba
en su vida perdida, sus relaciones, tenía un título y que podía usar para
mejorar su vida y la de las demás… no se dio cuenta que, en aquella curva, un camión
había sufrido un accidente al perder los frenos. Se había estrellado contra un árbol,
pero no había víctimas, por suerte, la pericia del conductor había hecho que
solo el camión y su carga sufrieran daños. El camión transportaba tubos y estos
se habían dispersado en todo el camino, por unos 100 metros. Algunos de estos
tubos estaban aún colgando de la carga del camión. El conductor había llamado a
la policía, pero estos aun no llegaban.
Perdido en sus pensamientos, John no vio los primeros tubos.
El auto pisó uno de ellos, y John, traído repentinamente a la realidad, volanteó
con violencia y el auto comenzó a derrapar. Movía el volante de un lado al
otro, intentando recuperar el control del auto, que comenzó a ganar velocidad. Luego
de algunos giros, este se dirigió rápida y violentamente contra un árbol, frente
al que había recibido al camión. El auto chocó contra el árbol y John, sin su cinturón
colocado, voló a través del parabrisas. Quedo sobre el capó del auto, retorcido
como una marioneta sin hilos. Ensangrentado, apenas respiraba. El conductor del
camión se acercó y le gritaba “¿Estás bien? ¡Ya viene la policía y una
ambulancia, resiste, amigo! ¡Resiste!”. John no escuchaba, apenas respiraba
difícilmente, tratando de mantener en sus pulmones el poco aire que ingresaba,
pero salía mezclado con sangre. Entonces, con sus últimos alientos, lo vio. Aquella
negra figura lo miraba desde aquel árbol. Sentado en esa gruesa rama, el
Mothman lo veía con sus ojos rojos inexpresivos.
John Prescott entendió. Lo busco toda su vida, se obsesionó y no debería haber hecho eso. Ahora, se dormía y todo se volvía negro. Tanto que, en un momento, los últimos, solo vio aquellos ojos rojos brillantes.
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