El Secreto del libro


En un pequeño pueblo de Turkmenistán, donde las callejuelas de tierra se entrelazaban como un enigma ancestral, un joven antropólogo recién graduado de la Universidad de Harvard, cuyo nombre era Edward Turner, se encontró inmerso en un misterio que cambiaría su vida para siempre.

Edward había decidido emprender un viaje por el Oriente Medio después de finalizar sus estudios. Fascinado por las culturas antiguas y las tradiciones olvidadas, estaba decidido a explorar y aprender todo lo que pudiera de las tierras que alguna vez albergaron civilizaciones poderosas y misteriosos secretos.

Su viaje lo llevó a un mercado local en uno de los zocos más antiguos de Turkmenistán, donde se encontró con un viejo anticuario encorvado llamado Ali. En medio de los objetos polvorientos y las antigüedades desgastadas por el tiempo, Edward descubrió un libro cubierto de cuero negro, ajado y ruinoso. Sus páginas amarillentas parecían ocultar siglos de sabiduría y secretos olvidados.

El anticuario, con una mirada misteriosa en sus ojos, le vendió el libro por una suma sorprendentemente baja. Incluso parecía sentirse aliviado de vender aquel viejo volumen. Edward supuso que era un libro que llevaba mucho tiempo en su tienda y por eso el alivio en los ojos de Ali.

Intrigado por su hallazgo, Edward se apresuró a buscar ayuda para descifrar las inscripciones casi ilegibles en las páginas amarillentas del libro. Solo lograba entender que aquel libro había sido escrito a mano hacía muchos años, incluso siglos. Y así, su camino lo llevó a un anciano profesor de la Universidad de Turkmenistán, el profesor Nikolai Ivanov.

El profesor Ivanov, un erudito con décadas de experiencia en el estudio de lenguas antiguas y textos olvidados, aceptó con entusiasmo el desafío de traducir el misterioso libro. A cambio, solicitó una suma considerable de dinero que Edward estaba dispuesto a pagar para descubrir los secretos que albergaba ese antiguo tomo.

Días después de comenzar su laboriosa traducción, el profesor Ivanov llamó a Edward, con voz temblorosa, y le pidió que acudiera a su casa de inmediato. Parecía que habían encontrado algo extraordinario en las páginas de aquel que resultó ser una de las primeras ediciones de Necronomicón, algo que les abriría las puertas a un mundo de misterios y horrores más allá de su comprensión.

El profesor Ivanov le contó que el Necronomicón era hasta ese momento, un misterio, un libro del que todos hablaban, pero nadie podía asegurar que existiera. De hecho, las primeras menciones del libro, pertenecían a H.P. Lovecraft, el genial escritor de historias de terror. Incluso por mucho tiempo, se creyó que el árabe loco que creó el Necronomicón, no era mas que un invento del propio escritor.

Edward quedó estupefacto ante la revelación del profesor Ivanov. La idea de conjurar a un monstruo capaz de cumplir deseos era tan atractiva como inquietante. A medida que el profesor explicaba los detalles del hechizo, Edward sentía una mezcla de emoción y temor.

El profesor Ivanov, con sus manos arrugadas temblando ligeramente, le aseguró a Edward que había investigado a fondo el hechizo y que, según los escritos, era posible controlar al monstruo una vez convocado. Sin embargo, advirtió que cualquier error en el proceso podría desencadenar consecuencias terribles.

Ambos acordaron reunirse al día siguiente para llevar a cabo el ritual. La promesa de riqueza y poder los había envuelto en un aura de codicia y ambición, y parecían dispuestos a correr cualquier riesgo. Por más alto que sea.

Esa noche, mientras Edward se preparaba para dormir, no pudo evitar sentir una sensación de inquietud. El libro, con sus inscripciones enigmáticas y páginas llenas de secretos oscuros, estaba sobre la mesa junto a su cama, como una presencia misteriosa que lo observaba desde las sombras.

La mañana siguiente llegó con un aire cargado de ansiedad. Edward se dirigió al lugar acordado con el profesor Ivanov, llevando consigo el Necronomicón. Cuando llegó a la casa del profesor, una mansión colonial en las afueras de la ciudad, notó que todas las cortinas estaban cerradas y que el lugar estaba sumido en la penumbra.

Edward tocó la puerta y esperó ansiosamente. Después de unos minutos que le parecieron eternos, la puerta se abrió lentamente, revelando al profesor Ivanov con una expresión demacrada y los ojos inyectados en sangre.

Sin mediar palabra, el profesor lo invitó a entrar y lo condujo a una habitación donde ya se encontraba dispuesto un altar con velas encendidas y símbolos misteriosos trazados en el suelo. En el centro del círculo se encontraba un pedestal destinado al Necronomicón.

Una vez colocado el libro en el pedestal, el profesor comenzó a leer y recitar el hechizo con una voz temblorosa, pero fuerte:

“¡ISS MASS SSARATI SHA MUSHI LIPSHURU RUXISHA LIMNUTI!

¡IZAZANIMMA ILANI RABUTI SHIMA YA DABABI!

¡DINI DINA ALAKTI LIMDA!

¡ALSI KU NUSHI ILANI MUSHITI!

¡IA MASS SSARATI ISS MASS SSARATI BA IDS MASS SSATATI!”

Edward lo miraba con asombro mientras las palabras antiguas resonaban en la habitación. De vez en cuando, el profesor le contaba a Edward en que parte del conjuro se encontraba.

“¡Estoy realizando el hechizo de protección!”

“¡Ahora voy invocando al Observador, que protegerá los límites exteriores del círculo!”

Entonces, Ivanov sacó una daga ritual que clavó en el piso de madera en una parte lejana del centro del círculo, en el sector noroeste. Dijo que esto lo hacia porque era la manera de honrar o rendir pleitesía al Observador, ya que no se le dio un sacrificio en la anterior luna.

¡IA MASS SSARATI!

¡Te invoco por el fuego de GIRRA!

Los velos de la Hundida Varlooni

Y por las luces de SHAMMASH

Te llamo hasta aquí, ante mí, en sombra visible,

En forma observable, para observar y proteger este círculo sagrado, este pórtico sagrado.

Que Él, el del nombre impronunciable, el del numero desconocido,

Al que ningún hombre ha visto jamás,

Al que ningún geómetra ha medido,

Al que ningún brujo ha llamado nunca,

¡TE LLAMO AHORA HASTA AQUÍ!

¡Levántate por ANU, te invoco!

¡Levántate por ENLIL, te invoco!

¡Levántate por ENKI, te invoco!

Deja de ser el durmiente de EGURRA.

Deja de yacer bajo las montañas de KUR.

¡levántate de los agujeros de los antiguos holocaustos!

¡Levántate del viejo abismo  de NARR MARRATU!

¡Por ANU, ven!

¡Por Enlil, ven!

¡Por ENKI, ven!

¡IA MASS SSARATU! ¡IA MASS SSARATU! ¡IA MASS SSARATUZI KIA KANPA!

¡BARRGOLOMOLONETH KIA!

!SHTAH!

Una presencia oscura comenzó a materializarse frente a ellos, tomando forma poco a poco. Era un monstruo de aspecto inquietante, con ojos que irradiaban una luz maligna.

Sin embargo, a medida que el monstruo tomaba forma, el profesor Ivanov parecía estar perdiendo el control. La criatura comenzó a moverse libremente, sus ojos se volvieron más brillantes y su presencia se volvió cada vez más amenazante. ¡Algo había salido mal al leer los conjuros!

Edward, aterrorizado, intentó retroceder, pero sus piernas no se movían tal vez por el terror que sentía ante aquella criatura. La criatura crecía y crecía, casi tocando el techo con su cabeza.

Entonces, aquella cosa, aquel monstruo hecho de sombra maligna, con una voz gutural y escalofriante, exigió al profesor que le concediera un deseo.

La ambición inicial de Edward se desvaneció ante la realidad aterradora que tenía frente a él. Aquel ser volvió a exigir que se le cumpliera su deseo. Ivanov, con un rictus de terror en la cara, miró a Edward, negando apenas con la cabeza.

Entonces, todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

La criatura dio un grito indescriptible, resonó con ecos de otros tiempos, con voz profunda y profana. Abrió su boca y se arrojó sobre el profesor. Toda la sombra de la que estaba hecho el mosntruo cayó sobre el profesor y de repente, una explosión de luz y aquella cosa desapareció. El profesor seguía parado en el mismo lugar, pero algo terrible había pasado: la criatura le había arrancado la cabeza.

Edward por fin pudo moverse, pero para retroceder, muerto de miedo y con el estómago revuelto, finalmente, un segundo después de aquel estallido, el cuerpo del profesor cayó al suelo. De su cuello hecho girones, manaba la sangre, manchándolo todo.

Edward cayó al suelo y se arrastró hacia un rincón y solo podía gritar de miedo, esperando que aquello que se había llevado la cabeza del profesor, volvería por la suya.

Han pasado ya 5 años de aquel hecho. Edward, encerrado en aquella cárcel de Turkmenistán, no quiere salir de su celda, la que siempre tiene las luces encendidas. Él sabe. En cuanto las luces se apaguen, una sombra salida debajo de una montaña, en la que residía desde hacía eones, vendrá por él, para que le cumplan un deseo…

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