Charles Smithson fue un hombre enigmático que vivió alejado del núcleo familiar durante gran parte de su vida. Sus apariciones esporádicas eran breves, pero siempre dejaban una impresión duradera. A menudo se decía que Charles estaba vinculado a un conocimiento oculto y a eventos inexplicables que ocurrían en su presencia...
Su rostro, marcado por el tiempo y las experiencias
desconocidas, estaba cubierto por una espesa barba plateada que confería un
aire de sabiduría antigua. Sus ojos grises, profundamente arraigados en las
sombras, parecían esconder secretos insondables.
Se decía que Charles tenía una conexión única con la mansión
en lo alto de la colina donde vivía, allí, en la antigua ciudad de Shadows
Pine, como si la estructura misma lo reconociera como su dueño legítimo. Su
legado se convirtió en un misterio cuando, tras su fallecimiento, dejó la
propiedad a sus parientes más cercanos. La mansión, con su arquitectura
majestuosa, se erigió como un testamento silencioso de los secretos que Charles
llevó consigo a la tumba.
La familia Smithson -Jonathan, su esposa Eleanor y sus hijos
Olivia y Lucas- heredó una mansión en lo alto de la colina de su tío Charles,
aunque en realidad lo habían visto un puñado de veces y Lucas era quien más había
compartido con éste. Seguramente, la herencia había llegado por esto.
La casa, imponente y antigua, se alzaba como una figura
oscura contra el cielo crepuscular. Jonathan un apasionado arqueólogo, había tenido
algunas investigaciones, pero finalmente, después de los 40, se había decidido
por la enseñanza. Luego de trabajar en la universidad de la ciudad capital, había
sido despedido por recortes presupuestarios, entonces, La Universidad de
Nébula, le había ofrecido un puesto. Unas semanas después, cuando aún no decidía
si aceptar o no, se había enterado de la noticia de que había heredado la
casona de su tío. Lo hablo con su familia y todos entendieron que era cuestión del
destino. Una casa en la misma zona en que le habían ofrecido un trabajo.
Sin embargo, pronto descubrirían que la casa encerraba
secretos más oscuros de lo que habrían imaginado.
La primera noche en la mansión fue tranquila, aunque la
atmósfera parecía estar cargada de una extraña energía. Los Smithson intentaron
ignorar las sombras danzantes en las esquinas de las habitaciones, los crujidos
de maderas aquí y allá, y los susurros ininteligibles que resonaban en los
pasillos. Atribuyeron esas sensaciones a la ansiedad por lo desconocido.
A medida que los días pasaban, la familia comenzó a notar
que ciertas habitaciones estaban siempre cerradas con llave, como si la casa
misma quisiera proteger sus secretos. Ninguno de ellos cerraba aquellas
puertas, incluso, sacaban las llaves y las guardaban en cajones, pero un ente
misterioso cerraba las puertas y las llaves desaparecían.
Determinados a explorar cada rincón de su nueva morada, los
Smithson investigaron en busca de las llaves faltantes. Pronto descubrieron que
su tío Charles había sido un erudito de lo oculto y un coleccionista de
artefactos misteriosos.
Una noche, mientras exploraban el desván, encontraron un
antiguo libro encuadernado en cuero con extraños símbolos. Aquel volumen,
grueso y pesado, estaba ricamente adornado con oro y plata, que cubría aquellos
símbolos. A medida que lo hojeaban, las letras antiguas parecían cobrar vida,
contando historias tenebrosas de seres ancestrales que habitaban la casa y los
oscuros rituales que tuvieron lugar en ella. Los Smithson escépticos al
principio, comprendieron que habían heredado más que una simple propiedad;
habían adquirido las ataduras de un pacto ancestral, y debían desatarlas.
Con sus conocimientos como arqueólogo, Jonathan fue a la
biblioteca Smithson de la universidad de Nébula (su tío Charles había donado
dinero y cientos de volúmenes para iniciar aquella biblioteca, de ahí el nombre
de ésta) y revisó decenas de libros, intentando encontrar algo de aquel libro
maldito que encontraron en la casona. Una noche, justo cuando estaba a punto de
abandonar la búsqueda, dio con un articulo pequeño en un volumen antiguo, que
describía un libro muy parecido al suyo. Este libro, llamado “el libro de los
muertos en vida” había sido escrito por un egipcio que había perdido la razón luego
de escribir el libro. Entre sus magias, el libro cambiaba de idioma de acuerdo
al lector. Además, estaba atado a una persona: a quien lo leía en voz alta.
Jonathan recordó que él había leído varias páginas en voz alta, para su familia.
Pero esto era solo el principio, ya que el libro consumía la vida y la salud
del lector y cuando este moría, seguía la familia.
Si el libro en la casona era el libro de los muertos en vida,
entonces toda su familia corría peligro. Aquel articulo era tajante, no había como
revertir la maldición. También se hablaba de algunos rituales antiguos que, si
bien no terminaba con la maldición, podía contenerla en el libro y en la habitación
donde estaba. Seguramente, Charles había hecho esto.
Con el conocimiento recién adquirido, los Smithson
intentaron sellar nuevamente la oscuridad que se había desatado. Realizaron
rituales para purificar la casa, pero cada intento parecía empeorar las cosas.
Sombras que antes solo eran perceptibles en la penumbra, ahora se manifestaban
en plena luz del día. Sombras terribles y peligrosas, negras con diabólicos
ojos rojos. Voces susurrantes se volvían gritos incesantes.
Eleanor fue la primera en sucumbir a la influencia oscura de
la casa. Obsesionada por comprender los secretos que encerraba, pasaba horas
incontables en la biblioteca del tío Charles, estudiando textos prohibidos y
realizando rituales olvidados. La búsqueda de conocimiento la llevó al borde de
la locura, y eventualmente, desapareció en una noche tormentosa. Sus hijos
corrieron detrás de ella, pero no lograron alcanzarla. A veces, algunos
afirmaban escuchar su risa en los parajes vacíos, cercanos a la casona, una
risa cargada de melancolía y desesperación. Nunca más se supo de Eleanor. La
maldición tomó a su primera víctima.
A pesar del dolor de la desaparición de Eleanor, seguían investigando
y realizando rituales, pero parecía que perdían la batalla. Con el paso de los días,
Jonathan parecía sucumbir a aquella maldición. Se vio atrapado en visiones
aterradoras que lo atormentaban día y noche. Imágenes de su pasado y posibles futuros
oscuros lo acechaban constantemente. En un intento desesperado por escapar de
la espiral de la locura, se encerró solo en la sala de estar, tapando las
ventanas y garabateando en las paredes símbolos arcanos. A pesar de que sus hijos
le pedían que abriera la puerta, Jonathan no dejaba entrar a nadie. Los
alaridos inhumanos que resonaban desde su prisión sellada atormentaban la
noche, hasta que, finalmente, el silencio se apoderó de la casa. Cuando pudieron
abrir aquella puerta, encontraron a un Jonathan casi irreconocible. Piel y
hueso, la mueca de horror en su cara, mostraba que había visto algo que nadie más
había visto. A pesar de que solo tenía algunos días encerrado, parecía que Jonathan
hubiera muerto hacía meses. El maldito libro había tomado su segunda víctima.
Olivia y Lucas se sentían enfermos, devastados y
atormentados. ¿Qué hacer? ¿correr de aquella casa? ¿Intentar desatar aquella
historia y enterrar los errores y horrores desatados?
A medida que la familia se sumía más en el abismo de
secretos y condenas de la mansión, empezaron a notar cambios entre ellos. Las
tensiones aumentaban, y la realidad se volvía cada vez más frágil. Se
encontraban atrapados en un ciclo eterno de descubrimiento y olvido, con la
mansión encantada como testigo de su tormento.
Cada noche, la colina cobraba vida con lamentos antiguos y
sombras que se retorcían en la oscuridad. Los Smithson, prisioneros de su
propia herencia, enfrentaban la realidad retorcida de su existencia. La línea
entre lo real y lo sobrenatural se desdibujaba hasta que, finalmente, la casa maldita,
porque ya no era solo el libro, la casa escondía horrores y misterios, era como
que el libro, solo fuera el corazón de aquella casa devoradora de almas,
añadiéndolas a la maraña de secretos que guardaba celosamente.
Olivia, era una alma sensible y artística. Inspirada por la
esencia oscura de la casa, comenzó a pintar cuadros perturbadores que
reflejaban sus pesadillas, a medida que era consumida, perdiendo peso y vigor a
medida que pasaban los días. Con el tiempo, sus obras parecían cobrar vida,
convirtiendo la casa en un lienzo de horrores vivientes. Después de una serie
de pinturas que retrataban su propia muerte, Olivia, casi un esqueleto,
desapareció sin dejar rastro en los mismos parajes en que su madre había desaparecido,
solo 16 días antes. Su presencia solo persiste en sus obras macabras. Desparramadas
por la casa.
Lucas, el hijo menor, fue el último en resistirse al abrazo
letal de la mansión. Atormentado por sombras que acechaban en las esquinas y
susurros ininteligibles, devastado por el destino de su familia, se convirtió
en un espectro de sí mismo. Flaco, demacrado, sus ojos solo presagiaban la
muerte, su propia muerte. En su desesperación, intentó huir de la casa, solo
para encontrarse atrapado en un bucle interminable que lo llevaba de vuelta a
su habitación una y otra vez. Entonces entendió que debía dejar constancia en
aquella casa de lo ocurrido. Pero solo logró escribir algunas palabras:
“no deben leer el libro. Dejen su puerta cerrada. ¡Quemen
la casa, quémenla hasta sus cimientos!”
Cuando Lucas dio su último aliento, una brisa hizo volar
aquella página y salió por una ventana, perdiéndose en aquel paraje maldito.
Una risa maníaca se desvanecía en los pasillos desiertos. La casa había tomado
a su última víctima.
La colina, ahora impregnada de la maldición de generaciones
pasadas, quedó como un testigo silencioso de la tragedia. La mansión, con su
aspecto imponente, aguardaba a nuevos incautos que osaran acercarse, listos
para descubrir los oscuros secretos que ocultaba en lo alto de la colina.
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