El Bosque


Los bosques de Nueva Inglaterra se extendían ante Mark, el guardabosques, como un manto de oscuridad y misterio. Las ramas de los árboles se entrelazaban formando un techo verde que apenas permitía que la luz del día llegara al suelo. Era un lugar que siempre había infundido respeto, si no temor, en quienes lo conocían. Pero hoy, algo lo hacía aún más inquietante: la mochila rosada que Mark había encontrado.

Había estado haciendo su ronda diaria de patrulla cuando notó la pequeña mochila, cuidadosamente colocada en el suelo bajo un árbol. No había signos de juego ni de otras personas cerca. Era como si alguien la hubiera dejado allí a propósito para que él la encontrara.

La mochila parecía pertenecer a una niña. Tenía pegatinas de estrellas y corazones en su exterior y estaba adornada con un lazo rosado desgastado. Mark la abrió con cuidado y descubrió dentro algunas golosinas y juguetes infantiles. Extraño, pensó. ¿Qué hacía una mochila de niña en medio de este bosque?

Curioso, comenzó a seguir un rastro que parecía haber sido dejado por una niña. Las huellas diminutas, algunas de ellas marcadas por zapatos de suela blanda, le indicaban el camino en medio de la espesura del bosque. El sendero serpenteaba entre los árboles antiguos y retorcidos, como si hubiera sido trazado por una mano infantil que intentaba sortear los obstáculos naturales. Cada pisada en el suelo estaba marcada por la inocencia de quien las había dejado atrás, y la mirada de Mark se fijó en los pequeños objetos que habían sido abandonados en el camino: una muñeca de trapo desgarrada, una caja de lápices de colores rotos y una pequeña mochila rosada que parecía haber sido testigo silencioso de juegos y aventuras.

La tarde avanzó y el sol comenzó su lento descenso en el cielo, arrojando destellos dorados a través de las hojas que se mecían en la brisa. Mark siguió las huellas con una sensación creciente de intriga mezclada con inquietud. Las pisadas infantiles se transformaban ocasionalmente en las de un adulto, como si la niña hubiera sido acompañada por alguien o algo mucho más grande. Un escalofrío recorrió su espalda mientras avanzaba hacia lo desconocido, consciente de que había algo extraño y perturbador en el bosque.

A medida que seguía el rastro, Mark notó que algo no estaba bien. Se dio cuenta que aquellas huellas no eran de adulto, sino que parecían ser las de la niña, pero como si sus pies se estuvieran transformando. Las ramas rotas y las marcas en el suelo sugerían que algo mucho más grande y peligroso se movía por el bosque.

El corazón de Mark empezó a latir con fuerza en su pecho. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba completamente solo en medio de aquel oscuro y aterrador lugar. Las ramas crujieron sobre su cabeza, como si algo se moviese entre los árboles. La sensación de ser observado lo invadió.

Cuando la noche cayó, Mark vio una figura que se acercaba en la penumbra. Al principio, pensó que era una ilusión, pero pronto se dio cuenta de que no era así. Era una criatura espeluznante, una dríada, pero a diferencia de las historias que había escuchado en su infancia, esta tenía una malicia palpable en su mirada.

Las manos de la dríada eran como ramas retorcidas, terminadas en filosas uñas que se clavaban en la tierra con cada paso que daba. La figura se detuvo frente a Mark y lo señaló con una mano huesuda y afilada.

Mark se volvió para huir, pero fue entonces cuando se dio cuenta de que todo había sido un engaño de la dríada. Las huellas de la niña, la mochila, todo había sido parte de una trampa cuidadosamente preparada para atraerlo al bosque y convertirlo en su cena.

El guardabosques corrió tan rápido como pudo, pero la dríada lo persiguió con pasos largos y decididos. Sus ramas se alargaban como brazos y Mark sintió cómo unas garras frías y afiladas lo rozaban. Sabía que no podría escapar.

En un momento de desesperación, Mark tropezó y cayó al suelo. La dríada se acercó con una sonrisa grotesca en su rostro retorcido. Sus uñas se hundieron en la carne de Mark, y el bosque pareció devorarlo en su oscuridad implacable.

La noche se cerró sobre el bosque de Nueva Inglaterra, dejando solo el eco de un grito desgarrador que se perdió entre los árboles. La mochila rosada yacía olvidada en el suelo, como un macabro recordatorio de la trampa mortal tendida por la dríada. ya alguien volverá a encontrarla...

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