La pequeña ciudad de Shadows Pine estaba envuelta en un manto de misterio que se mezclaba con la neblina que siempre se aferraba a sus calles. Sus habitantes, acostumbrados a las historias de terror que flotaban en el aire, vivían sus vidas entre las sombras que proyectaban los antiguos edificios y los bosques que rodeaban la localidad. En este rincón olvidado del mundo, las leyendas y los secretos eran tan palpables como las calles adoquinadas y las farolas titilantes.
Miranda Evans, una joven anticuaria, había heredado una casa
pequeña, con un pequeño negocio de antigüedades enfrente. La había heredado de
su tío Joe. La tienda, ubicada en el corazón de Shadows Pine, era un crisol de
objetos que susurraban historias olvidadas. Miranda, apasionada por las rarezas
del pasado, se sumergía en la búsqueda de tesoros ocultos entre polvorientos
libros, reliquias y fotografías amarillentas, en la tienda que acababa de
heredar. Apenas llevaba una semana y no había terminado de hacer el inventario
de todo lo que había en aquellos anaqueles empolvados.
Fue una tarde lluviosa cuando, explorando los rincones más
oscuros de la tienda, Miranda se topó un viejo escritorio, tapado con una manta
ruinosa. Aquel mueble, bellamente con volutas y flores, era hermoso. Había decidido
restaurarlo y colocarlo en un lugar luminoso, pero no quería venderlo, lo utilizaría
como mostrador. Intento abrir lo 6 cajones y logró hacerlo en 5 de ellos. Encontró
viejos volúmenes, suciedad, algunos collares (incluido uno de oro, que tasaría más
tarde) y otras cosas que, limpias y pulidas, vendería bien. El sexto cajón, el
que se encontraba más abajo y a la derecha, era el más desgastado y cerrado con
llave. Busco entre un manojo de unas veinte llaves que había encontrado en una estantería
ruinosa y probó cada una. Finalmente, logro encontrar la correcta.
El tintineo del metal al insertar la llave fue como el
tañido de una campana anunciando algo siniestro. Al abrir el cajón, una suave
luz se filtró, iluminando una fotografía antigua, único objeto en aquel cajón
desvencijado.
La imagen mostraba a una pareja en lo que parecía ser un día
soleado de principios del siglo XX. Él, elegante con sombrero de ala ancha,
apoyando amablemente su mano en el hombro de la mujer; ella, sentada junto a
una ventana, con un vestido que sugería la moda de la época. Sin embargo, lo
que desconcertó a Miranda fue el fondo. A través de la oscuridad que se veía en
la ventana, unos ojos que parecían arder en rojo –algo imposible, ya que la
fotografía era en blanco y negro- se asomaban, como si la propia esencia del
mal se hubiera infiltrado en la imagen.
Aquella fotografía, aparentemente inofensiva, exudaba una
energía siniestra. Miranda, sin poder resistirse a la atracción de lo macabro,
sintió cómo sus dedos temblaban al tocarla. En ese momento, una brisa helada recorrió las
callecitas de la tranquila de Shadows Pine, que mostro que nuevamente la ciudad
se vio amenazada por una sombra ancestral que aguardaba pacientemente su
oportunidad para emerger.
La carta
Miranda se encontraba en la trasera de su tienda de
antigüedades en Shadows Pine, rebuscando entre los cajones polvorientos de
aquel escritorio olvidado. El repicar del reloj de pared marcaba un ritmo
constante, creando una atmósfera casi hipnótica en la pequeña tienda.
Con las manos temblorosas, tomo aquella vieja fotografía y de
manera instintiva, la volteó. Nada estaba escrito en el marco, por lo que comenzó
a quitar los pequeños clavos que mantenían la fotografía y el vidrio en el
marco. Los clavos salían con facilidad.
Fue entonces cuando, al retirarla del marco, se deslizó una
carta amarillenta. La letra conocida de su difunto tío Joe Evans estaba impresa
en el papel. Miranda inhaló profundamente antes de comenzar a leer las palabras
que su tío le dejó como legado.
"Querida Miranda,
Si estás leyendo esta carta, significa que has encontrado
la fotografía. Debo advertirte, querida sobrina, que esta imagen no es lo que
parece..."
Las palabras de Joe Evans resonaron en el aire silencioso de
la tienda. Miranda continuó leyendo, absorbida por la historia que su tío le
estaba revelando. El mal que se ocultaba en la fotografía, la responsabilidad
que ahora pesaba sobre sus hombros, todo era parte de un legado oscuro que su
tío le estaba confiando.
Con cada palabra, Miranda sentía cómo la realidad que
conocía se desdibujaba, y una nueva verdad se revelaba. La tranquilidad de
Shadows Pine, la aparente normalidad de su vida, todo estaba impregnado de
sombras y misterios. Cerró los ojos por un momento, asimilando la carga que
ahora llevaba.
Siguió leyendo:
“La fotografía que tienes en tus manos, fue tomada en un
tiempo oscuro y perturbador, y las sombras que se esconden detrás de los
rostros son mucho más que simples trucos de luz.
La pareja en la fotografía está marcada por un mal
ancestral, un mal que yace en espera, agazapado en la oscuridad de la imagen, ellos
son Archibald Winchester y su esposa Priscilla Abernathy, parientes nuestros. Al
parecer hicieron un pacto con Malak al-Hadim, un ser abyecto, pútrido y ruin,
pero que concede deseos. No sé qué deseo pidieron, ni como se conjura a este
dios de las profundidades, pero en todas las fotografías que encontré, se veían
esos ojos. Es extraño, todas las fotografías son en blanco y negro, pero los
ojos parecen ser rojos, rojos y demoniacos.
A partir de encontrar la foto, no pude dormir, mis noches
eran asaltadas por sueños abyectos y pesadillas donde me encontraba en las
profundidades del bosque, atado, despellejado y gritando. Siempre me despertaba
cuando veía frente a mí, mi piel quemándose hasta que solo quedaban cenizas. En
los libros de la biblioteca de la tienda, encontré, casi sin querer, una
historia de como se elimina a Malak al-Hadim. Logré destruir 5 fotografías con
ojos rojos, pero no pude con la que tienes ahora en las manos. Pero entendí que
al guardarla en la oscuridad mas profunda de ese cajón, el mal quedaría contenido.
No permitas que la
luz toque esta fotografía; mantenla siempre en la penumbra, lejos de los rayos
del sol y las lámparas. La luz podría liberar algo indescriptible, algo que ha
permanecido latente durante décadas.
No te dejes engañar por la tranquilidad de Shadows Pine.
La ciudad, aunque parece apacible, alberga secretos oscuros y, con esta
fotografía en tus manos, te has convertido en la guardiana de uno de esos
secretos. Protege la imagen como protegerías tu vida, y nunca permitas que el
mal que acecha en la fotografía escape a la realidad.
Guarda esta carta con la fotografía. La historia que
oculta es una carga pesada, pero ahora es tu responsabilidad llevarla. Rezo
para que tengas la fuerza y la sabiduría para enfrentar lo que está por venir.
Con todo mi amor,
Joe Evans”
La carta dejó en claro que Miranda no podía ignorar lo que
había descubierto. Guardó cuidadosamente la fotografía y la carta en la caja de
madera, decidida a proteger ese oscuro secreto que ahora le pertenecía. Shadows
Pine, la ciudad que creía conocer, se volvía más misteriosa con cada
revelación.
El farolillo parpadeó levemente, como si también sintiera la
presencia de lo sobrenatural. Miranda, con la determinación marcada en su
rostro, cerró la caja y se adentró en las sombras de su tienda, donde el pasado
y el presente se entrelazaban en una danza de oscuridad.
Lo que no vio en aquel momento, es que aquellos ojos rojos,
ya no estaban en la fotografía…
La pesadilla
Miranda se encontró repentinamente sentada en una silla
antigua en una habitación que resonaba con la melancolía de eras pasadas. El
vestido de época que llevaba indicaba que estaba en otro tiempo, pero las
sombras que danzaban en las paredes y el suelo le transmitían una sensación
inquietante. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que estaba dentro de una
fotografía en blanco y negro, una instantánea de un momento congelado en el
tiempo.
La habitación estaba decorada con muebles antiguos y
cortinas pesadas que dejaban apenas pasar la luz. Un espejo de marco dorado
colgaba en la pared frente a ella. Se volvió hacia la ventana y vio un paisaje
nocturno cubierto por la oscuridad, solo interrumpido por la luz de la luna
llena que se colaba entre las nubes. La atmósfera estaba cargada de una extraña
energía que parecía vibrar en el aire.
De repente, la puerta de la habitación se abrió lentamente,
revelando a una mujer de vestimenta antigua, sentada en otra silla cercana. Era
Priscilla Abernathy, la misma mujer de la fotografía. Miranda sintió un nudo en
el estómago, como si el tiempo mismo estuviera distorsionándose a su alrededor.
Priscilla la miró con ojos penetrantes, sus iris brillaban
con un rojo intenso, un color que no debería haber estado allí. Aquellos ojos
eran la misma manifestación siniestra que Miranda había visto en la fotografía
en la tienda de antigüedades. La mirada de Priscilla no revelaba emociones
humanas; en cambio, estaba llena de una malévola inteligencia.
El entorno parecía vibrar con una melodía insonora, una
sinfonía de inquietud que llenaba la habitación. Miranda intentó levantarse de
la silla, pero algo la mantenía firmemente sujeta. La tensión creció a medida
que Priscilla se acercaba con pasos etéreos. Un susurro distante llenó el aire,
un murmullo indescifrable que aumentaba la incomodidad en la habitación.
Priscilla se detuvo frente a Miranda y, con un gesto
majestuoso, señaló hacia el espejo dorado en la pared. Al mirar, Miranda vio
reflejada la figura de Priscilla, que la miraba con ojos rojos y penetrantes.
Un escalofrío recorrió su espalda mientras el reflejo la observaba con una
malévola sonrisa.
De repente, la imagen en el espejo cambió. La luna llena
fuera de la ventana lanzó una luz fantasmagórica sobre la figura de Malak
al-Hadim, quien emergió de las sombras. Su forma oscura y etérea parecía
contorsionarse como sombras danzantes. Aquel ser, mitad sombra, mitad terror
amorfo, irradiaba una presencia aterradora.
Miranda sintió que el tiempo se ralentizaba mientras Malak
al-Hadim avanzaba hacia ella. Su figura se retorcía y cambiaba, adoptando una
forma más oscura y amenazante. Cada paso resonaba como un eco en la mente de
Miranda, marcando su inexorable avance. La habitación temblaba con una energía
maligna y las velas danzantes, mientras el sueño se volvía cada vez más
surrealista y angustiante. Las manos borrosas de Malak al-Hadim se convirtieron
en garras filosas y se acercaban a su cuello…
De repente, Miranda despertó con un sobresalto. El eco de la
pesadilla aún resonaba en su mente cuando abrió los ojos en la oscuridad de su
habitación. Jadeando, se incorporó en la cama y miró a su alrededor, buscando
signos de la pesadilla que la había atormentado.
Sin embargo, en la penumbra, algo se movía. Malak al-Hadim
estaba allí, una sombra oscura con ojos ardientes, observándola desde las
sombras. Miranda contuvo la respiración, paralizada por el terror, mientras la
presencia de lo sobrenatural se apoderaba de la realidad.
La habitación de Miranda estaba sumida en la oscuridad, solo
interrumpida por la débil luz de la luna que se colaba por la ventana. En la
penumbra, la figura de Malak al-Hadim se materializaba lentamente, emergiendo
de las sombras como un espectro malévolo. Su forma oscura y retorcida inspiraba
terror, y las garras filosas que se extendían amenazadoras aumentaban la
intensidad de la pesadilla.
Miranda, aún aturdida por la transición entre la pesadilla y
la realidad, se encontró atrapada en un enfrentamiento con lo desconocido.
Malak al-Hadim avanzó con gracia silenciosa, sus ojos rojos ardiendo como
ascuas en la oscuridad. Cada paso resonaba con una malévola melodía que
envolvía la habitación.
Las garras de Malak al-Hadim chispearon con un resplandor
sobrenatural mientras se acercaba a la indefensa Miranda. La joven, paralizada
por el miedo, intentó retroceder, pero sus piernas parecían pesadas como plomo.
El ente sobrenatural emanaba una presión aplastante que llenaba el aire.
Malak al-Hadim se detuvo a pocos metros de Miranda, su
presencia envolviéndola como una sombra siniestra. La habitación vibraba con
una energía ominosa mientras las garras de la criatura se agitaban en el aire,
como si estuvieran listas para desgarrar la realidad misma.
En ese momento, una voz gutural y ancestral resonó en la
mente de Miranda. Eran las palabras prohibidas de una lengua antigua que
llevaban consigo una maldición ancestral. Malak al-Hadim pronunció aquellas
palabras con un tono grave y retumbante, como si estuviera invocando fuerzas
oscuras que trascendían el tiempo.
Miranda sintió que la realidad misma se distorsionaba a su
alrededor. Las paredes de la habitación se ondulaban como sombras danzantes, y
el espacio parecía plegarse sobre sí mismo. Era como si estuviera atrapada en
un rincón del universo donde las leyes naturales no aplicaban.
En un intento desesperado por resistir, Miranda cerró los
ojos con fuerza, tratando de bloquear la presencia aterradora que la rodeaba.
Sin embargo, las palabras ancestrales continuaban resonando en su mente, como
si estuvieran marcadas a fuego en su conciencia.
De repente, el entorno cambió. Miranda se encontró de pie en
medio de una dimensión distorsionada, donde sombras incomprensibles se
retorcían y se entrelazaban. Malak al-Hadim, ahora una masa oscura de terror,
la rodeaba con su presencia imponente.
La criatura alzó las garras en un gesto amenazador, y las
sombras se cerraron alrededor de Miranda como un abrazo oscuro. Sintió que la
realidad se desvanecía, desmoronándose como un sueño febril. Un vórtice de
oscuridad la envolvió, absorbiéndola hacia lo desconocido.
El último destello de la habitación de Miranda se desvaneció
mientras era arrastrada hacia un abismo de sombras y secretos ancestrales.
Malak al-Hadim, satisfecho con su triunfo, desapareció en la oscuridad, dejando
tras de sí un rastro de pesadilla.
La realidad y la pesadilla se entrelazaron en un final
incierto, mientras Miranda desaparecía en las sombras, llevándose consigo los
secretos de una fotografía maldita y el eco de un tiempo distorsionado. La
habitación quedó en silencio, impregnada de una sensación ominosa que perduró
como un susurro en la memoria del espacio y el tiempo.
La habitación de Miranda quedó envuelta en un humo ancestral
que se desprendía de la presencia de Malak al-Hadim. Una niebla oscura, cargada
de misterio y antigüedad, llenó cada rincón de la estancia. El humo ondulaba
con un fulgor sobrenatural, como si encerrara en sí mismo el eco de incontables
historias.
Cuando el humo finalmente se disipó, la habitación estaba en
completo silencio. La débil luz de la luna se filtraba tímidamente por la
ventana, revelando un vacío inquietante. Miranda, la anticuaria intrépida que
había desafiado los límites de la realidad, ya no estaba allí.
La atmósfera se volvió densa, como si las sombras mismas
retuvieran la esencia de lo que había ocurrido. Un silencio ominoso se cernía
sobre la estancia, un silencio que resonaba con el eco de secretos ancestrales.
Cada habitación de la casa, estaba igual de tranquila y
silenciosa. Cada brisa parecía resonar en los cuartos vacíos, y la tienda de
antigüedades que ella había heredado, estaba igual que el resto de la casa.
En la tienda, el escritorio estaba tapado, como antes. La
lámpara, que anteriormente iluminaba la habitación con una luz tenue, yacía
apagada. Las antigüedades dispuestas en los estantes, igual de polvorientas que
antes, parecían guardar silencio, como testigos mudos de lo que había ocurrido.
En el escritorio, el cajón estaba nuevamente cerrado con
llave. Era el mismo cajón que había resguardado la fotografía maldita. La
sombra que emanaba del cajón tenía una cualidad distinta, como si contuviera la
esencia misma de la oscuridad. La fotografía, yacía en su interior, como si
esperara pacientemente su próximo capítulo. Los ojos rojos en la imagen
parecían parpadear con una malevolencia latente.
El ambiente temblaba con la presencia de lo desconocido,
como si las sombras se cerraran alrededor de aquel objeto antiguo y lo
conectaran con los misterios del tiempo. Era un eco de eventos que se repetían
a lo largo de la historia, una manifestación de secretos que trascendían la
comprensión humana.
La opresiva atmósfera reinaba, dejando en el aire la
sensación de que la realidad y la pesadilla se entrelazaban en un ciclo eterno.
Shadows Pine, la pequeña ciudad envuelta en sombras, guardaba en su seno las
huellas de eventos sobrenaturales que perdurarían en el tiempo.
Con la fotografía maldita resguardada nuevamente en el
cajón, la historia de Miranda Evans se desvaneció en la oscuridad, dejando
atrás un eco sutil de una antigüedad que aún aguardaba para revelar sus
secretos. La tienda de antigüedades permaneció en silencio, como un guardián
silente de los misterios que se ocultaban en las sombras de Shadows Pine.
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