Las Dos Tragedias de Mortimer Wright (parte 1)


Mortimer Wright estaba medio dormido en aquel asiento del tres. Llevaba horas allí, pero estaba contento de regresar a su pequeña ciudad de Willowbrook, donde nació y había salido hacia doce años. Hijo de dos campesinos, había trabajado entregando periódicos, barriendo tiendas, repartiendo volantes y hasta, ya adolescente, como empleado en la botica local, que fue lo que lo decidió en una de sus carreras: boticario.

Ahora, en el tren, somnoliento pero feliz, volvía a la ciudad de nacimiento con planes seguros y sólidos. No podía dejar de sonreír ante un futuro más que promisorio. Cuanto más se acercaba a Willowbrook, más sonreía.

En la pequeña estación de madera, ruinosa por los años pasados y el poco mantenimiento, estaban los orgullosos padres, con una sonrisa nerviosa, a la espera del hijo pródigo. A lo lejos escucharon el silbato del tren, haciendo que la expectativa creciera. ¿Cómo estaría ahora su hijo? ¿estaría más alto? ¿más gordo? Aunque solo importaba que volvía para quedarse.

Al llegar el tren y detenerse, entre el vapor de la locomotora, emergió Morty, como lo llamaban sus padres, vestido de traje elegante y un maletín en una mano y un baúl con ruedas en la otra. Apenas vio a sus padres, soltó sus maletas y abrazo a ambos. Con la ayuda de su padre, subieron el equipaje al carro tirado por la vieja yegua de la familia y se dirigieron a la chacra familiar.

Hablaron toda la tarde, recordando anécdotas y chismes y, finalmente, Morty contó sus doce años en Londres. Una vez instalado, fue a la pequeña universidad de Deep Shadows, donde había recibido una beca completa, para estudiar y recibirse de boticario. Un boticario, en la época de Mortimer, debía estudiar una variedad de disciplinas relacionadas con la preparación y dispensación de medicamentos. Esto incluía el estudio de hierbas medicinales, minerales y otros compuestos utilizados en la elaboración de remedios. También podían estudiar anatomía humana básica, química elemental y técnicas de preparación de medicamentos. Morty estudiaba sin descanso, obteniendo las mejores calificaciones. Además de las disciplinas obligatorias, estudio una serie de tópicos como la fisiología humana básica, la botánica, la toxicología y la farmacología. Además, a base de quemarse las pestañas, logro aprender métodos de diagnóstico rudimentarios y técnicas de curación tradicionales. Cuando terminó sus estudios, varios de sus profesores le pidieron que siguiera sus estudios, ya que podría convertirse en profesor de la propia universidad. Pero el se negó a seguir, solo quería volver a su ciudad.

Ahora, con 24 años, soltero, siendo casi una eminencia, tenía un plan marcado. Había juntado dinero haciendo trabajos en Londres y, al tener la beca que incluía un pequeño cuarto dentro de la universidad, solo gastaba dinero en comida, y ahorraba el resto. Además de las cartas con sus padres, se escribía constantemente con alguien más: el boticario Wilbur Brown, un hombre de 40 años, aunque su apariencia decía más edad, con quien había formado una sincera amistad.

Brown le había confesado que pensaba retirarse. Morty, que cuando decidió estudiar, lo hizo para ayudar y asistir a Brown, tomó la decisión de hacerle una oferta por el lugar, con un precio irrisorio para un negocio que generaba muy buenas ganancias, cerró trato a través de las cartas. Por eso, en cuanto envió el ultimo cheque, pagando la totalidad del valor de la botica. Juntó sus pocas pertenencias y volvió.

Luego de una noche de charlas familiares, de orgullos paternales (“mi hijo es el boticario de la ciudad”, decían los padres) todos se fueron a dormir. Los planes hervían en la mente de Morty. Un detalle que apenas había nombrado era que la botica tenia, además, un departamento sobre el negocio, ya que Brown pensaba irse del pueblo apenas Morty tomara posesión del negocio. Durante el desayuno, comento más en profundidad sus planes a sus padres y estos, mitad tristes, mitad felices por los planes de su hijo, aceptaron de buen grado la nueva vida de su hijo, pero por supuesto, hicieron prometer que iría a cenar varias veces por semana.

Al día siguiente, llego con sus pertenencias a la puerta de que sería su negocio y fue atendido rápidamente por el boticario. Estaba mucho más demacrado y débil que lo que lo recordaba. Éste, en menos de media hora, le mostró el negocio, el departamento en la parte superior, y desde la puerta, le comentó acerca de los productos y preparaciones en el sótano. Le comentó acerca de la preparación de los pedidos y recetas, le mostró la caja de madera donde había varios de los pedidos ya preparados, la carpeta donde tenía los pedidos a preparar y le dio sus cuadernos donde tenía sus recetas, mejoradas después años delante de la botica. Entonces, entregó las llaves, tomó una maleta ligera y se despidió, deseando la mejor de las suertes al nuevo boticario y partió a la estación de tren sin mirar atrás.

Morty se quedó en la puerta mirando al viejo boticario hasta que despareció al doblar la esquina. Algo le llamó la atención en aquella manera de actuar, pero sus pensamientos fueron interrumpidos por la señora Harriet Wilson, que necesitaba sus medicinas. Entonces, presentándose, le dijo que tenía preparado su pedido. Cobró, la acompañó hasta la puerta y se despidió amablemente. Por el momento, ya no pensó en la sospechosa actitud de Wilbur Brown.

El viejo boticario, caminó lo más rápido que pudo y compro el boleto para el próximo tren, hasta la terminal. Se sentó a esperar su llegada -que ocurriría en unos cuarenta minutos- y allí se quedó. La gente que pasaba lo saludaba y solo recibían un gesto con la cabeza. Cuanto más se acercada el momento de la llegada del tren, más nervioso parecía el boticario. Entonces, como el día anterior, se escuchó el silbato del tren, lo que puso contento al Sr. Brown. Impaciente, subió por una puerta que no tenía pasajeros bajando. Se sentó y al fin sonrió. Entonces el tren se movió y al fin, el boticario sonrió. Al fin se alejaba de la pequeña ciudad de Willowbrook, dejando atrás algo oscuro. Ahora, alguien más se encargaría de aquella maldición…

Al cerrar el negocio, luego de un día largo y pesado Morty subió al departamento. Lo encontró limpio, impoluto, con lámparas de aceite ubicadas en lugares estratégicos de la casa. La botica tenía dos de estas lámparas, que iluminaban muy bien el negocio, la casa, en cambio, de noche tenía un aspecto fantasmal, apenas iluminado. Entendió que esto pasaba porque Brown solo pasaba un tiempo preparándose comida y luego se iba a la cama.

Al día siguiente, sábado, abrió el negocio y decidió recorrer los lugares que apenas había visto, como los anaqueles de la parte de atrás de la botica. Allí, se encontró con varias cajas sin abrir de ingredientes farmacéuticos, principios activos de varios medicamentos, y comenzó a ordenarlos, para saber con qué contaba. A media mañana, solo la campana del negocio: era quien le traía el hielo para el refrigerador. La mañana terminó tranquila, con pocos clientes, pero con mucho trabajo por hacer. Decidió cerrar (dejando un cartel diciendo que volvería en unas horas) y fue a lo de sus padres. Almorzó y charló con ambos. Les contó del sospechoso accionar de Brown y nada pudieron decirle. Solo su padre, que iba al pueblo mucho más que su madre, le contó que algunos vecinos le contaron que a veces encontraban al viejo boticario caminando y hablando solo por las calles de la ciudad, murmurando cosas en un idioma desconocido.

Volvió al negocio, donde ya había personas esperando. Se disculpó, abrió y comenzó su rutinaria tarde.

Dos días después, una vez que termino de acomodar los ingredientes, frascos, bandejas y demás enceres, se sintió satisfecho de tener el negocio acomodado a su gusto. Preparó las recetas que quedaban pendientes y nada le quedo por hacer. Tomo un libro y leyó sentado en un cómodo silloncito a la luz de una lampara.

El tren se detuvo dando empujones y tirones en Euston Station. Todos los viajeros bajaron cargando grandes maletas, excepto uno, el Sr Brown, que llevaba solo un equipaje de mano. Apenas llegó a Londres, El Sr. Brown buscó un hotel barato donde hospedarse. Se sintió cómodo teniendo poco que desempacar. Caminó por las calles de guijarros, escuchando su tronar bajo sus pies. Pasó por algunas ferias y eligió fruta, la comió mientras recorría tranquilamente los suburbios. Al caer la noche volvió a su departamento y se acostó. Soñó nuevamente con personas torturadas, con cadáveres putrefactos, gritos avernales y fuego del infierno. Se despertó sudando nuevamente, como en Willowbrook.

Al terminar el día, se preparo algo ligero para cenar y se acostó temprano. Soñó sueños extraños, acerca de lugares siniestros, oscuros, donde las personas sufrían, lloraban, se retorcían en espasmos terribles y se hundían en fangos malolientes, quemados por una lava putrefacta que parecía caer de un libro que parecía estar forrado de piel humana.

Los días se sucedieron monótonos, preparando y entregando recetas, charlando con pacientes que consultaban por pequeñas molestias que eran diagnosticadas por el boticario. Algunas noches, iba a cenar con sus padres y volvía alrededor de la medianoche. Todo muy rutinario.

El Sr. Brown no disfrutaba su estancia en Londres. Soñaba cada noche con aquel infierno, que dejaba de parecerse a Willowbrook y se parecía cada vez mas a Londres. La tranquilidad de la calle había cambiado, mutado en un silencio sepulcral, las calles, antes pintorescas, ahora parecían solitarias y amenazantes. Las ferias, antes pequeñas y hermosas, ahora parecían un conjunto de pequeños puestos que ofrecían muerte. Cada vez salia menos de su departamento, el sr. Brown.

Un día, Morty decidió cerrar el negocio. Comenzó a avisar a los clientes que el domingo siguiente no abriría ya que tenia que hacer “un viaje”.

La verdad es que no iría a ningún lado. Había decidido que ese día, se encargaría de revisar y ordenar el sótano. Llevaba semanas evitando eso, ya que de entrar alguien a la botica, no podría escucharlo desde el depósito. Llevó dos lámparas recién cargadas de aceite, para no quedar a oscuras. Reviso anaqueles, estantes, cajones, tomando nota de la gran cantidad de ingredientes, algunos caducos y destinados a la basura, que había allí. No podía creer el descuido de aquel ligar, al llegar y tomar posesión, Morty el departamento estaba limpio. En cambio, aquel sótano tenía mugre y suciedad de meses. Era extraño que el boticario fuera tan pulcro en una de las dependencias y tan descuidado en otra.

Comenzó a ordenar y limpiar. Esto le llevo prácticamente todo el día, solo le quedaba una zona, debajo de la escalera. Comió algo, y comenzó con la tarea de intentar terminar de limpiar. No encontró nada importante, algunas cajas, diarios antiguos y un libro.

Su cara mutó en una mueca de terror cuando vio que aquel libro encontrado, era el mismo con el que había soñado días antes.

El sr. Brown estaba sentado en la cama, escribiendo una carta. Se lo notaba cansado, nervioso y aterrado, mientras escribía, volteaba rápidamente a ver detrás, la pared, el armario y nuevamente volvía a escribir. Cuando terminó, doblo la carta, la metió en un sobre y lo cerró. Se subió a la silla, que había colocado bajo una cuerda que había colgado unos momentos antes, se la colocó alrededor del cuello y pateó la silla. Así terminó con su vida el antiguo boticario de Willowbrook, el Sr. Wilbur Brown.

Mortimer Wright estaba estupefacto. Había encontrado, en una pila de mugre, papeles viejos, maderas rotas, un libro con el que había soñado días antes. Era el mismo. Colocado sobre el escritorio de la botica, no podía parar de mirarlo. Allí estaba, un viejo volumen forrado en una especie de cuero amarronado, armado de varias piezas de piel, dejando una especie de apertura en forma de ojo vertical, que mostraba una madera renegrida donde se leía las palabras, finalmente talladas, Arcanum Obscuritatis en un color amarillento. Lo miro durante mucho tiempo, pero no se decidía a abrirlo. Allí estuvo varios días aquel libro. Cerrado, esperando un lector hambriento que lo leyera.

La policía rompió la cerradura del departamento alquilado por el Sr. Brown. El olor a muerte y podredumbre, que llenaba el edificio, golpeó peor a los agentes. Allí colgaba parte del Sr. Brown. El resto era una masa amorfa y pútrida que estaba desparramada por el piso y la silla, caída a un costado. Solo encontraron algunas prendas de vestir y nada que documente su identidad. En un cenicero, encontraron restos de papeles, presumiblemente los documentos del occiso. Encontraron una carta, perfectamente cerrada que decía “a quien corresponda”. La llevaron a la dependencia policial y los forenses la abrieron. En 4 párrafos, el sujeto anónimo dejó constancia de lo ocurrido:

“Dejo este mundo porque no soy parte de él, ya no más. Los horrores me persiguen hace más de tres décadas, y supuse que, dejando atrás esa cosa, podría tener paz. Cuando llegué a Londres, tuve paz por un par de días, pero el horror me alcanzó.

No diré quien soy, no es necesario, no tengo familia, ni amigos, ni nadie que me llore y menos ahora que esa cosa quedó en mi casa y seguramente, la encontrarán, desatando en algún momento, el mal subyacente. Estoy arrepentido de haberle dado a Morty ese mal designio, pero ahora sé que ya no hay marcha atrás.

Nunca, nadie debe saber de qué objeto maligno hablo, qué horrores nombro y de que manera esa cosa se llevará otra alma humana como sacrificio. Ya no tengo alma, no duermo y no dormiré jamás.

Mi alma no irá al cielo, estoy condenado, por eso, el hecho de que me suicide no cambia nada. Me voy al infierno con la seguridad de que no merezco cada castigo que recibiré, dado que aquella cosa, se me entregó de la misma manera en que yo mismo la entregué. Morty tampoco merece el castigo que le entregué, pero, en mi defensa, diré que nunca imaginé que el castigo que ahora sufro, lo sufriría él. Solo espero que Dios se apiade de mi alma.”

No había firmas ni señas de quien era el suicida y mucho menos de quien era aquel “Morty”. Luego de varias semanas de investigación, no se llegó a conclusiones y se cerro el caso. El Sr. Brown había sufrido un mal durante décadas y lo había entregado a Morty, la única persona a la que había podido llamar, alguna vez, amigo.

Fin de la primera parte...

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