Durante incontables noches, el inquieto Dr. Thorne se sumergió en los oscuros pasillos de la Ebonwood Library, donde los volúmenes antiguos susurraban secretos olvidados. Entre las páginas amarillentas y desgastadas, encontró un relato que arrojaba luz sobre la oscura historia de Ravencrest. Este relato ancestral narraba las crónicas de una tribu perdida en el tiempo, cuyos últimos descendientes hablaban en susurros de una entidad indescriptible: el Shawe-e. Descrito como una sombra devoradora de almas, este ser antiguo se erguía como un presagio ominoso sobre la ciudad, manifestándose cada doce años para saciar su insaciable apetito con las vidas de los incautos. Thorne, obsesionado por desentrañar los secretos de esta criatura primordial, se sumergió aún más en las profundidades del misterio, ansioso por desvelar la verdad oculta tras los velos del tiempo y el terror.
La noche fatídica descendió sobre Ravencrest, envuelta en
una niebla espesa que se deslizaba entre las calles como los susurros de los
condenados. La lluvia azotaba los tejados con un eco ominoso, y el frío
penetraba en los huesos como el aliento de la muerte. Thorne, con el corazón
palpitando en su pecho como un tambor funesto, se preparó para el
enfrentamiento con el monstruo ancestral que acechaba en las sombras. Sus
armas, unas bengalas que destellaban como estrellas moribundas, una linterna
militar que arrojaba luces vacilantes en la oscuridad, y bombas de estruendo
cuyo estrépito era un grito de guerra contra el abismo, eran insignificantes
ante la presencia indomable que aguardaba en la noche sin fin.
Al llegar a Shadows Alley, un callejón estrecho y siniestro
que era el epicentro de la maldad, según sus investigaciones, la lluvia cesó de
repente a la medianoche exacta, mientras las campanas de la Capilla Shadowfall rompieron el silencio, como si
el universo contuviera el aliento ante el inminente enfrentamiento. Bajo la luz
mortecina de una farola, Thorne aguardó, sintiendo el peso de la soledad y el
terror que lo envolvía.
Entonces, emergió Shawe-e, una entidad sin forma definida,
un remolino de sombras que se retorcía en el aire como una serpiente en agonía.
Sus dientes, afilados como cuchillas, destellaban con un hambre insaciable que
devoraba la luz a su alrededor. Se deslizaba por el pavimento húmedo con una
cadencia espeluznante, sus movimientos eran como los de una marioneta macabra,
controlada por un titiritero invisible que tejía las cuerdas del destino. Cada
paso era un eco de tormento en la noche, cada movimiento era un presagio de
desesperación que envolvía al valiente Thorne en un abrazo mortal.
Pero el destino, como una marioneta manipulada por manos
invisibles, urdió un nuevo giro en el trágico relato. Un hombre ebrio, presa de
sus propias penas y la oscuridad que acechaba en las callejuelas, emergió de
entre las sombras, atrayendo la atención de la bestia con su presencia
inadvertida. En un instante, Shawe-e se abalanzó sobre él, su sombra lo
envolvió como una mortaja mientras devoraba su alma con una voracidad grotesca.
Thorne, testigo impotente de la macabra escena, se vio paralizado por el horror
que lo asfixiaba, incapaz de hacer más que presenciar el festín macabro que se
desplegaba ante sus ojos.
Con una determinación temblorosa, Thorne encendió una
bengala, arrojando destellos amarillentos que luchaban contra la vorágine de
sombras. La criatura, presa de un grito gutural y desgarrador, retrocedió como
si el fuego de la luz revelara los oscuros recovecos de su ser. Con una última
mirada cargada de misterio y malevolencia, Shawe-e se desvaneció entre las
sombras, dejando tras de sí un rastro de destrucción y desolación. Thorne, con
el corazón aun retumbando en su pecho, se quedó en la inquietante quietud que
siguió, preguntándose si alguna vez podría escapar del abrazo de la oscuridad.
Abatido y exhausto ante aquella visión, Thorne se arrastró
hacia el cadáver, sus sentidos aturdidos por la brutalidad de la escena.
Mientras el tiempo parecía retorcerse a su alrededor, una presencia ominosa se
materializó detrás de él. Shawe-e, en todo su esplendor oscuro, envolvió al
médico en un abrazo gélido, su sombra devorando cualquier destello de luz y
esperanza. En un instante, Thorne se vio sumergido en un abismo de oscuridad
eterna, donde los límites entre la realidad y la pesadilla se desdibujaban sin
piedad.
Al amanecer, Ravencrest despertó bajo la luz del sol, ajena
al horror que había acechado en sus calles durante la noche. En los rincones
oscuros de la ciudad, susurros de antiguas leyendas y presagios de un mal aún
mayor comenzaron a circular entre sus habitantes, mientras el silencio
sepulcral seguía resonando en los corazones de aquellos que habían sobrevivido
a la oscuridad.
Los moradores, llamaron a la policía cuando hicieron un
macabro hallazgo, tres cadáveres retorcidos, con expresiones de terror como
salidas de abismos oscuros, drenados de sangre. Entre ellos, se encontraba el del médico
forense del Silent Hollow Clinic, el Dr. Victor Thorne, cuya vida había llegado
a un abrupto y misterioso fin.
La historia del Dr. Thorne, médico forense y cazador de
sombras, quedó grabada en los anales del tiempo, una advertencia sombría sobre
los peligros que acechaban en las profundidades de la noche y los abismos de la
mente humana.
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