El bosque parecía respirar bajo el paso del viento, como si todo su ser se expandiera y contrajera con un ritmo primitivo. Las ramas se entrelazaban en lo alto, formando una bóveda natural que ahogaba la luz del sol, reduciendo el mundo a un crepúsculo eterno. Las hojas crujían con un ritmo extraño, hasta algo tenebroso, como si no fueran movidas por el viento, sino por un susurro colectivo que nacía de miles de bocas invisibles. Cada crujido resonaba en mis oídos, transformándose en palabras que no podía entender, pero cuya amenaza era imposible ignorar.

El bosque se alzaba como un mar de sombras interminables, con árboles altos y nudosos que parecían extender sus ramas hacia el cielo como súplicas silenciosas. La bruma lo cubría todo, espesándose al anochecer y dándole al aire un sabor metálico. En el corazón de aquel bosque habitaba una familia de lobos: dos adultos, fuertes y astutos, y sus tres crías, apenas cachorros. Su cueva, oculta tras un matorral espinoso, era su refugio, cálido y protegido de las amenazas de la noche.


En la pequeña ciudad de Shadowpoint, las noches parecían más densas que en otros lugares. La bruma que ascendía desde el cercano pantano de Black Willow Marsh se enroscaba entre las calles adoquinadas, como si buscara algo o alguien, y las sombras de los altos pinos parecían alargarse más de lo que la lógica permitía. En el centro del pueblo, sobre una colina que dominaba la vista de los tejados mohosos y las chimeneas torcidas, se alzaba la mansión de los Eldermore, un caserón vetusto cuyos cimientos parecían aferrarse a la roca con desesperación, como si temiera ser arrastrado por una fuerza invisible.


La ciudad de Abisso era un lugar donde los días se arrastraban como sombras sin dueño. La niebla de smog era tan densa que la luz del sol apenas podía atravesarla, y el constante ruido de bocinazos, motores y pasos apresurados ahogaba cualquier intento de encontrar paz. La vida se perdía entre esas calles grises y abarrotadas, donde las personas parecían moverse como autómatas, prisioneras de la rutina y el caos de la urbe.


En las sombras de la Universidad de Nébula, donde las páginas de libros antiguos susurran secretos olvidados, el joven profesor de arqueología, Mortimer Highlight, se sumergió en el polvo de la historia. Entre las estanterías de la biblioteca Smithson, repletas de volúmenes amarillentos y pergaminos desgastados, tropezó con un rincón olvidado. Allí, entre los ecos silenciosos de pasillos desiertos, descubrió un mapa que despertaría su obsesión y alteraría su destino.


Los días posteriores al descubrimiento del libro, Mortimer Wright comenzó a notar extraños sucesos a su alrededor. La luz de las lámparas parpadeaba sin razón aparente, y en ocasiones, sombras parecían moverse en los rincones de la botica. El ambiente, antes acogedor, ahora estaba impregnado de una sensación de inquietud y peligro.


1. El llamado de la jungla

El profesor Arturo Lennox, un respetado arqueólogo obsesionado con las leyendas de civilizaciones perdidas, se encontraba al borde de la locura. Durante años había estado descifrando antiguos manuscritos que hablaban de una ciudad oculta en las profundidades de la jungla amazónica, una ciudad construida por una civilización precolombina de conocimiento y poder inimaginables. A pesar del escepticismo de sus colegas y las advertencias de los lugareños, Lennox estaba convencido de que la ciudad era real, y estaba decidido a encontrarla.


Durante meses vio aquel torbellino maldito en su mente, soñó y repitió durante las noches interminables aquel momento pútrido de la traición, que le carcomía las entrañas por la pena y el arrepentimiento. Recordaba cada palabra, cada gesto, cada movimiento, cada sonido, treinta años antes…


El tomo prohibido conocido como Arcanum Obscuritatis se oculta en las sombras más profundas de la historia, apenas susurrado en los rincones más oscuros del mundo. Se dice que existen solo siete copias de este antiguo y maldito libro, cada una encerrando secretos que desafían toda comprensión humana.


Mortimer Wright estaba medio dormido en aquel asiento del tres. Llevaba horas allí, pero estaba contento de regresar a su pequeña ciudad de Willowbrook, donde nació y había salido hacia doce años. Hijo de dos campesinos, había trabajado entregando periódicos, barriendo tiendas, repartiendo volantes y hasta, ya adolescente, como empleado en la botica local, que fue lo que lo decidió en una de sus carreras: boticario.


En el remoto pueblo de Skumrings, el tiempo parecía haberse detenido en un perpetuo crepúsculo. Situado en el norte de Noruega, a orillas del mar gélido, el pueblo se hallaba envuelto en una neblina eterna, como si las sombras mismas se hubieran apoderado del lugar. Las casas de madera, cubiertas de nieve y hielo, se alineaban en silenciosa resignación, como guardianes solitarios de un secreto antiguo. El viento gélido soplaba a través de las calles vacías, susurrando cuentos olvidados y arrastrando consigo susurros de misterio. Cada paso resonaba con eco en las calles desiertas, y el sonido parecía desvanecerse en la distancia, absorbido por la quietud sepulcral que envolvía el pueblo. Era como si Skumrings fuera un lugar olvidado por el tiempo, donde el pasado y el presente se entrelazaban en una danza sombría y enigmática.


En el tranquilo pueblo húngaro de Szürke, Bálint y Katalin, dos apasionados fotógrafos aficionados, se preparaban para la aventura de sus vidas. Con sus cámaras listas y una mezcla de emoción y nerviosismo, se encontraron con Alex y Sara, sus amigos de toda la vida, en el borde del oscuro bosque que había capturado su curiosidad durante años.


En la tranquila ciudad húngara de Sötét, donde los callejones estrechos se entrelazan entre edificios de piedra grisácea y antiguas iglesias de estilo gótico, se encuentra la Universidad Szürke, un venerable centro de conocimiento y aprendizaje. Aquí, entre los techos de tejas rojas y las torres puntiagudas, reside una joven astrónoma llamada Eszter Kovács.